El rincón de los creadores


CUENTO DE LAS DOS PALABRAS
El hombre que compró todas las casas de la ciudad


Había una vez un hombre que tenía mucho dinero. Un día pensó en gastarse todo en casas, en todas las casa de la ciudad en la que vivía, ya que tenía muchas posibilidades de que se las vendieran porque iba a pagar un precio muy alto por ellas.
Estuvo casi un año comprando casas y casas.
Durante unos cuantos años fue muy feliz por tener tantas propiedades y porque todas las oportunidades que se le presentaban las podía aprovechar.
Un día, cuando ya era un poco mayor, se le acabó todo el dinero que tenía y decidió vender las casas. Pero tenía un gran problema: al exigir un precio tan alto, no tenía muchas posibilidades de que se las compraran. 
El pobre, sin comida, sin un trabajo, pero con todas las casas de la ciudad, pensó que era su fin y se puso a llorar. Un hombre que paseaba con su perro le pregunto qué le pasaba y él le contestó:
-Me pasa que no tengo dinero para comer; sin embargo, tengo todas las casas de la ciudad y necesito venderlas para conseguir el dinero.
Y el señor, muy amable, contestó:
-Si tú consigues un trabajo para ganar un poco de dinero y no estar aquí lloriqueando, yo te compro una casa y, como soy gestor inmobiliario, pongo a la venta todas tus propiedades, con un precio más barato, para que las compren.
-¡De acuerdo! Muchas gracias -contestó el hombre.
Y finalmente el hombre consiguió otra vez su dinero, vendió todas las casas y consiguió un trabajo de panadero.

                                    Las dos palabras son: Casa y Posibilidad.

                                                                                            
                                                                               Andrea Gómez de la Vara.

  
   La silla de cartón

  Había una vez un vagabundo que vivía entre contenedores en un callejón oscuro y sin salida. La única posesión de aquel vagabundo era una silla de cartón que él mismo había fabricado. Todos los días iba a la playa a observar el atardecer sentado en su silla. 

Un día cualquiera pasó por allí un joven rico y poderoso que se apiadó de él. Lo llevó a cenar a su casa, le proporcionó aseo y ropa limpia. Además le dio dinero para comer unos cuantos días. Después de prestarle todos estos servicios, el vagabundo no sabía cómo agradecerle lo que había hecho por él, así que le entregó su única pertenencia: la silla de cartón. Y con su vieja ropa y alguna más que le había dado el joven, marchó hacia su callejón. 
Al día siguiente, como todos los días, el vagabundo se encontraba en la playa admirando el atardecer. De pronto vio venir al joven que lo había ayudado.

-Señor -dijo el joven-. Le he traído una cosa que es suya.

El joven le dio una silla bañada en oro, una silla por la que cualquiera daría millones.

-Discúlpeme, joven, pero mi silla era de cartón y yo se la entregué a usted en agradecimiento por la ayuda que me ofreció -dijo el vagabundo.

-Tómela, por favor. Esta silla solucionará su vida totalmente -insistió el joven–. Podrá venderla, por ella le darán mucho dinero y podrá comprarse una casa, comer todos los días… En resumen, tener una vida digna.

-Está bien, pero antes me gustaría preguntarle algo -dijo el vagabundo-. ¿Qué ha pasado con mi silla de cartón?.

- Su silla de cartón está bajo esa capa de oro –respondió el joven.

- Entonces, ¿realmente también estaré vendiendo mi silla de cartón?

-Así es.

El vagabundo se quedó pensativo
-        -También puede hacer otra, yo le proporcionaré los materiales –añadió el joven.

-        -Está bien,  amigo. Muchas gracias por su ayuda. Gracias a usted, mi vida cambiará para siempre.        
     
     Asi finalizó su vida de vagabundo.  


 P                 Palabras: Silla y Cartón.
                                                          
                              
                                                                                   Luisa Giraldo Carmona


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Carla y Milú 

     Había una vez una gatita llamada Milú que fue abandonada por la familia que la había comprado. 
      Pepe, el cabeza de familia, había dejado a Milú en una caja de cartón junto a un semáforo del paso de peatones por si alguien la recogía.
      Cuando Carla, una niña de seis años, pasó con su mamá y la vio allí,  suplicó y suplicó hasta que consiguió convencer a su madre para quedársela.
La recogieron y se la llevaron a su casa. Mientras que la mamá de Carla hacía la comida, se pusieron a comer Carla y Milú. Dejaron en la sartén el aceite para que terminara de enfriarse.
Y cuando estaban terminando de comer, se oyó un sartenazo en el suelo y...
Era Milú que había subido a la encimera y le había dado al mango de la sartén y ¡plof! todo el aceite había saltado contra Milú y la pared de enfrente.
La madre de Carla fue corriendo a la cocina y vio una bola de pelo aceitosa y toda la pared pringosa...
Se puso a gritar como un loca. Cogió a Milú y se la llevó corriendo al baño,y Milú ni se movió.
¡Cómo se había puesto!
                                                                                                                                   Andrea  
Molina Ros                                                                                                                            

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